Capítulo VIII

4 de Diciembre de 1805

VIII
El cuaderno de Junot
Desembarco en Deal


Después de comer con Berthier, me fui a mi cuarto a adecentarme un poco. Quería acostumbrarme a la situación como me había aconsejado el Mariscal argentino, así que probé con unas órdenes sencillas al principio. Le pedí café al guardia de mi puerta, y también que me acercase unos mapas que me puse a estudiar como si entendiese algo.

No hubo problemas. El oficial respondía en forma natural lo cual me dio tranquilidad. Al final lo despedí y me acomodé en la cama con los planos intentando interpretar lo que decían, hasta que me quedé dormido. 

Había pasado casi dos días acostumbrándome y practicando mi papel y, durante ese tiempo buscando la forma de desaparecer, pero había una orden de vigilarme y cuidarme “de mi mismo”, obviamente del emperador. Así que después de cagarme en todos sus muertos varias veces, llegó el día del embarque. Desde el final de la siesta hasta entrada la noche viendo el movimiento constante de botes yendo y viniendo hasta el Redoutable, el Scipión, el Plutón y otros barcos. 

Entre los nervios y el frío me la pasé temblando desde que subimos a la lancha en la dársena del río, cerca de la desembocadura, hasta que estuve en el camarote con Bernardotte y un oficial de marina. Pero a pesar de eso no se notó mucho. Mi actitud había cambiado conforme me acostumbraba al papel de general. Especialmente con los oficiales de mi guardia. Otro problema era con el mariscal, o los demás generales, porque yo no entendía nada de lo militar ni de lo que discutían. 

Bernardotte no era un tipo arrogante, mas bien una persona bastante común para ser un mariscal. No levantaba la voz para dar órdenes al menos que fuese necesario. Siempre tenía una sonrisa a mano, como si se estuviera divirtiendo paseando en una feria de atracciones. Por suerte solo se hablaba de mujeres y negocios, por eso no tuve muchos problemas en la charla. Todo era más distendido. Me enteré gracias a esta conversación que ya en esa época había crisis económica, pero no me quedó claro si era una distinta o la misma que hablaban mis padres. El Mariscal me preguntó por mi tiempo en España y Portugal, así que me las arreglé para inventar una historia bastante creíble, sin precisar mucho. El cognac a media noche, después de la cena, me había devuelto el calor y el sueño. 

Terminé de reponerme durmiendo durante toda la noche y al parecer el Mariscal también estaba muy cansado, porque me desperté antes que él, incluso antes del amanecer. 

Durante el desayuno, en el mismo camarote, se abocó al tema militar y hubo otra cosa que me tranquilizó: el propio Bernardotte, entre café y pan con mantequilla, explicó lo que íbamos a hacer y parecía bastante fácil. Luego nos reunimos con los generales de los dos cuerpos, para repasar el plan durante la espera en Dunquerque. Según las indicaciones, la tarea difícil, especialmente en el desembarco, la llevaban a cabo tanto Friant en mi división como Rivaud y Drouet en la división del Mariscal ya que ellos comandaban infantería y artillería. Bourcier llevaba 5 regimientos de caballería con lo cual sería el primero en atacar en tierra firme, pero siempre contaba con el apoyo de la marina si fuera necesario. Lo importante era la velocidad, especialmente en montar la artillería en tierra por si teníamos que atacar algún puesto de defensa, hasta que la infantería estuviese en condiciones de ir al frente. 

El resto de las horas de espera lo dedicamos a beber café y cognac. Al mediodía comimos en el camarote carne de ternera con patatas y vino algo rebajado con agua. Luego nos retiramos a descansar. Estábamos a la espera de que terminasen de embarcar en Boulogne el resto de los efectivos, así que no zarparíamos hasta que oscureciese. Me dediqué a leer unos papeles que me había dejado Friant para aprenderme los movimientos en tierra y los nombres de los cargos. Claro que él creía que le estaba revisando notas, estudiando el desembarque. Y no estaba muy errado. 

Creo que me relajé demasiado con el cognac. Estaba profundamente dormido cuando el oficial de marina me despertó con un plato de un guiso que olía que alimentaba. Lo devoré como un animal. No me había dado cuenta de la cantidad de tiempo que había pasado dormido. Bernardotte ya no estaba, y solo quedaban mis cosas en el camarote. Esta vez el vino no estaba rebajado y empecé a aturdirme. 

Estaba poniéndome la chaqueta, después de las botas, cuando de repente, un sonido, una terrible explosión sacudió de golpe el barco y me tiró hacia un costado del camarote. Platos, vasos, papeles, todo lo que estaba sobre la mesilla quedó desparramado en el suelo de madera. Un sordo chirrido me aturdía en los oídos cuando intentaba levantarme, enredado con la chaqueta, al tiempo que el barco volvía a coger estabilidad. Pero mi reacción, entre el efecto del vino y el zumbido en los oídos, tardó demasiado: antes de estar de pie de nuevo otro trueno resonó de golpe y volví a mi posición de despatarrado al borde del camastro, y esta ves no escuché mas nada. Tardé unos minutos en comprender que nos estaban bombardeando, y pensé que nos hundíamos. Me imaginé tirándome por la borda de algún bote, tratando de llegar a nado a la playa de Dunkerque, que era el lugar donde estábamos estacionados, en la costa francesa. El barco seguía bamboleándose. Pum! una, pum! dos, pum! tres veces mas, pero yo no escuchaba nada, tenía los oídos aturdidos de los dos primeros bombazos. 

Cuando me puse de pie ya no sentí el bamboleo del barco. Poco a poco fui recuperando todos los sentidos. Rápidamente busqué dentro del saco de campaña unos pequeños tapones hechos de cera que vi utilizar a Friant en las prácticas de la costa antes del embarque. Y acomodé mis cosas en la mochila pensando que entre el descontrol del ruido y el posible naufragio podía escaparme. Tal vez me diesen por desaparecido en la batalla. 

Convencido de ésto, me preparé para ir a la cubierta donde me subiría al primer bote que estuviese de frente a la costa. Abrí la puerta y corrí desesperado por pasillos y escaleras hasta que el aire fresco de la noche me golpeó en la cara. Me vi frente a un tumulto de hombres tratando de mantener a raya a los animales, nerviosos por los estallidos. Pasé abriéndome paso entre soldados listos para desembarcar hasta que alcancé la borda. Busqué con la mirada a los otros barcos, en la costa. A lo lejos se distinguían las luces de otros galeones y barcos menores que también estaban desembarcando botes cargados de hombres y animales. El buque que había delante de nosotros, un poco mas a la derecha , abrió fuego y de pronto la noche se iluminó como en un flash fotográfico a través de la bruma. Pero no se vio la costa aunque los estallidos del bombardeo se escuchaban a lo lejos. Entonces me quite los tapones y los guardé en mi chaqueta. El ruido era escandaloso, tanto de hombres a mi alrededor como de los disparos del Scipión, el otro barco. Un soldado me cogió del hombro: 

-General- dijo señalando la otra punta del buque –El General Friant lo espera en la proa donde están desembarcando nuestros hombres. 

Ni le respondí, directamente me puse en movimiento pensando que en un rato volvería a estar en tierra. Al final (pensé) tenía razón Berthier, aquí se acababa la invasión de Inglaterra. 

Mientras trataba de llegar a donde me habían dicho buscaba con la vista los barcos ingleses pero no los encontraba. Tampoco veía la costa en la oscuridad de la noche. Al que sí vi fue a Bernardotte, en silencio al lado de Rivaud y de un marinero que disponía el orden de unas lanchas, se le notaba la incomodidad en su cara. Me quedé atónito cuando noté detrás del mariscal, colgando de una grúa, un caballo que lentamente se deslizaba hacia abajo, donde seguramente lo esperaría un bote. 

Cuando llegué a la posición de Friant vi que estaba rodeado de otros oficiales frente una mesilla con una lista de notas, una especie de ayuda memoria. También lo acompañaban unos de la marina. A pocos metros un grupo de hombres movía al tiempo unas sogas bajando otro animal. A su vez el general les daba indicaciones a los demás, los cuales corrían a diferentes posiciones del barco para organizar la subida a los botes, especialmente de cañones y mulas. Como no sabía que decir ni hacer, simplemente puse cara de entender de que iba la cosa y le pregunté: 

-¿Como vamos? 

-Bien, parece que los sorprendimos. En cuanto se acercaron los primeros botes de desembarco nos atacaron. Pudimos ver algunos fogonazos desde la costa pero enseguida respondieron nuestros cañones mientras el Scipión y el Plutón se posicionaron. Dicen los marineros que había una fragata o algo así, que por eso abrieron fuego con los 24 libras. Al parecer está escorada y lista para hundirse allí adelante- señaló a un punto al vacío – Mejor así, porque no podrá avisar a tiempo a ningún otro barco en el puerto de Londres. Igual dicen los marineros que una fragata, que vigila el flanco Este, se acercará para cerciorarse que esos cabrones se hundan para siempre. Supongo que los nuestros habrán tocado tierra y estarán montando la artillería mientras la infantería de Drouet se prepara para atacar. No creo que hubiese ningún ejército pesado esperándonos... 

El oficial de marina que estaba a su lado era un crío. No parecía tener más de 14 años, pero enseguida se sumó a la conversación. 

-No se preocupe general, no es normal que haya mucha resistencia aquí por lo difícil del desembarco. Esta costa es muy rocosa, muy difícil de atracar. Es mas fácil entrar en Dover donde la playa es un poco mas ancha y mas profunda, por eso nos deben estar esperando allí. 

-Y por eso nos cuesta más el desembarco- intervino otro -porque tenemos que mantenernos más lejos. Así que esto no parece que sea más que una guardia costera de poca monta. 



Mientras escuchaba la explicación un temblor me sacudió lentamente desde las piernas hasta la nuca. Cagüentosusmuer! No podía reaccionar. Estábamos en Inglaterra, era el desembarco en tierra enemiga. Los truenos eran nuestros cañones. 

A lo lejos en la oscuridad vi como unos pequeños flashes de luces amarillentas, casi naranjas y de inmediato el grito de un oficial en una cubierta más elevada: 

-¡Listos a babor! 

Friant gritó a su vez: 

-¡Van a disparar de nuevo!!! 

De pronto, se oyó el grito del capitán de artilleros que estaba en aquella cubierta y de un costado el Redoutable se iluminó con un naranja furioso al tiempo que escoraba hacia atrás. Ahí vaaa!!! Me cagué en la madre que los parió y en todos sus muertos. Llegué a ponerme los tapones, pero no de asirme al madero de la barandilla por lo que me sostuvo un soldado que estaba blanco de miedo a mi derecha. El ruido fue ensordecedor, algunos soldados gritaron de terror al escucharlo, otros con más experiencia, trataban de calmarlos entre risas, pero la mayoría me miraban a mi y a los oficiales con una media sonrisa que intentaba esconder el temblor de sus manos y la palidez de sus caras, como si les diera vergüenza sentir miedo delante del General. El que no se cortó un pelo para hablarme fue el soldado que me sostenía del brazo para no caer entre las patas de los mulos que estaban desembarcando a mi espalda: 

-Será una gran batalla como dijo el emperador, general, pero yo prefiero que la próxima sea en tierra. ¿Sabe? no tengo problemas en correr austríacos por toda Europa, esos no van en barcos. 

Un oficial de Marina le respondió: 

-Tranquilo hombre, cuando se dispara toda la línea junta da escalofríos, pero no más que eso. Siempre que los que disparen seamos nosotros. 

Aún así el nerviosismo se palpaba en el aire. Los soldados no se tranquilizaban fácilmente, pero no teníamos otra salida. Aquí no se podía salir corriendo. Pensé en que si nos atacaban desde otro barco nos despedazarían de un solo bombazo. La potencia de esos disparos era increíble y más cuando vi a lo lejos los fogonazos de las descargas, mucho más grandes en lugar de aquellos pequeños flashes amarillos. Uno de los oficiales me alcanzó unos catalejos, pero aun así no podía distinguir bien el frente de la playa enemiga. Me calmé, al parecer los únicos que disparábamos ahora éramos nosotros, y ya estábamos desembarcando. Para cuando me tocase a mí no encontraríamos problemas. Después de todo yo era el comandante, después de Bernardotte. 

En un momento dado, mientras veía como dos hombres luchaban por subir un mulo a una de las lanchas, escuché a Friant que me llamaba: 

-Bien General, esta es nuestra barcaza, nuestros caballos y pertrechos ya están en ella, en cuanto terminen de subir los soldados vamos nosotros. 

Asentí en silencio. Cogido de una escalera hecha con cuerdas del grosor de una botella pasé al bote donde los remeros, 6 caballos, 3 mulas, un grupo de soldados y cuatro oficiales esperaban. Detrás de mí bajó Friant y otro grupo de soldados hasta llenar la lancha que se empezó a mover al compás de los remos. Tratando de mantener el equilibrio en el centro del bote buscaba algún indicio frente a mí de la costa dentro de tanta oscuridad, y a medida que avanzábamos la niebla se abría y las sombras iban tomando forma 

De pronto a lo lejos comenzaron a aparecer luces que se multiplicaban según nos acercábamos. Otro bote pasó a nuestro lado casi vacío, de vuelta al Redoutable. Pasó tan cerca que pude ver perfectamente la cara del alférez que lo dirigía. Al verme, me saludó y gritó: 

-Ya casi está hecho. La división de Drouet los tiene controlados. Solo era una guardia costera. Buena suerte. 

-¡Bien!- exclamé mas tranquilo –Eso está mejor. Solo nos resta bajar y acomodar a nuestros hombres para la marcha de mañana. 

-Si- aclaró Friant –Esperemos que estemos posicionados antes de la llegada de los de Dover, aunque no creo que sean un problema. En cualquier caso en 20 minutos lo sabremos. 

Dejé de sonreír y volví a asentir sin decir lo que pensaba. En realidad me pareció un buen momento para comenzar a rezar. En 20 minutos estaría en el frente de combate.

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