Capítulo XXIV

7 de Diciembre de 1805

XXIV
El cuaderno de Berthier
Dibujando historia


La reunión con el Estado Mayor del Ejército duró mucho menos, solo nos pusimos al tanto de todo y nos fuimos a dormir, dado el cansancio y las tensiones acumuladas necesitábamos un buen descanso. Pero antes le comenté a Ney lo hablado con los marinos, advirtiéndole que a partir del siguiente día las reuniones serían conjuntas. El mariscal me comentó a su vez lo que estuvo indagando y cavilando sobre el trato.

-Si se quedan con la India sería un serio problema para controlarlos. Si quieren algo mas podríamos dejarles Canadá y Sudáfrica, siempre y cuando acepten la libertad de Estados Unidos, y el resto de sus colonias, inclusive Malta y las islas del Egeo.

En el Reino Unido, los escoceses y galeses están de acuerdo con la unión del reino, solo los Irlandeses se oponen a estar ahí dentro. Dejémoslo así, mientras tengamos los puertos militares no tendremos problemas. Además tanto las islas británicas, como sus colonias estarán rodeadas por aliados nuestros. No les quedará más remedio que unirse…

-¿Y si le dejásemos las posesiones?- Ney me miró sorprendido –La administración de estas posesiones estará a cargo de alguna especie de casa de indias o algo así, la cual quedaría bajo control del primer ministro… o sea usted. Impondríamos el fin de las colonias de Europa, del Mediterráneo, y de Africa. Que se devuelva Sudáfrica a los holandeses a cambio de que estos nos dejen una base naval, pondríamos otra en Egipto. Quedarían liberadas Irlanda, Malta, las islas del Egeo, Siria… y antes de devolver el poder, digamos en cuatro o cinco años, podríamos fomentar primero y aceptar después la independencia de la Nueva Gales tanto del Norte como del Sur. O Arabia… no se…

Me quedé petrificado. Ney estaba de acuerdo especialmente porque al gobernar él, dispondría de lo recaudado en esas colonias. Pero yo no podía creer en la situación que planteaba, justamente porque la planteaba yo mismo. Estaba dibujando el mapa de un tercio del mundo como si se tratase de un plano del fondo de mi casa. Imponía condiciones a la corona Inglesa disponiendo sobre la vida de millones de personas a las cuales no conocería en mi vida. Y probablemente de todo esto se enteren enseguida, pero sabrán que es por mí recién en la generación de sus nietos… a la cual pertenecen mis bisabuelos. Volví a sentir escalofríos.

Demasiado pensar me dio dolor de cabeza. Me despedí de Ney y me fui a dormir. Casi todas las ideas y consideraciones que tenía para cada orden o disposición, venían de los manuscritos del Sire, que yo guardaba celosamente y leía cada vez que tenía un tiempo libre. Pero esta era la primera vez que el plan se me ocurría íntegramente a mí. No hablaba de una escaramuza militar, ni de decidir que ruta o que paraje tomar. Hablaba de definir los límites de nuevas naciones y sus políticas gubernamentales y militares.

No podía mantener los ojos abiertos y antes de las 12 de la noche, estaba profundamente dormido. En una cama por primera vez en tres días. Al amanecer sería 7 de Diciembre de 1805, el día en que oficialmente se rindió Inglaterra.

Me desperté con la trompeta a las 6 de la mañana. Un soldado de mi guardia llamó a la puerta y me dio los “buenos días”. Me preguntó si tomaría el desayuno en la habitación o en el despacho. Decidí el despacho y cuando bajé ya vestido me di cuenta que era la sala de mapas donde había hablado con el príncipe el día anterior. Se habían agregado dos escritorios mas y uno de ellos era el mío, además de los ocupados con mapas, planos y otros escritos en inglés. La idea fue de Ney quien entró detrás de mí ocupando el tercer escritorio.

-Buenos días, Louis. ¿Ha descansado bien?

-Buenos días Michel. Sí gracias. Parece que tenemos correo- dije viendo unas cartas a mi nombre y a nombre de Napoleón.

No había notado hasta ese momento la buena disposición de Ney para seguirme la corriente en todo. Y desde la muerte del Sire, el tipo había mostrado su cara más personal, como si estuviésemos entre amigos de la infancia.

Me serví mas café mientras observaba fechas y remitentes. Abrí la primera carta, firmada por Junot. En ella decía que había esperado un día en Dover para embarcar dadas las condiciones de las mareas, pero que se disponía a hacerlo en el momento de escribirme. Todo marchaba según los planes. Los prisioneros quedaban en el puerto en manos de la marina.

-Mariscal, debemos hacer algo con los prisioneros de Dover, especialmente con Moore y Beresford, y también Whitelock en Birmingham.

Asintió mirándome en un gesto de preocupación, como diciendo “Uy! Me había olvidado de ellos”

-Soy de la idea de trasladarlos a París. A los altos mando, digo. Los otros se pueden quedar aquí. Pasaríamos a retiro a algunos para darles oportunidades a los soldados de rango bajo. Seguramente agradecerán la buena voluntad del mando francés al retornar a sus casas.

La siguiente carta era de Augereau quien le informaba al Emperador que había movilizado sus tropas en ayuda de Davout y Oudinot más allá del Rhin para prevenir ciertos movimientos de los austríacos y los prusianos.

París en calma, España en calma, Italia en calma, Nápoles igual. Pensé que debía enviar parte del ejército al continente de nuevo. Tal vez Lannes. Después de todo, la Grande Armée estaba casi toda conmigo.

-Ney, ¿Cuántos hombres necesitaremos para mantener dominada Inglaterra?

-Si hoy se firma, y contando con llegar y dominar Escocia, creo que con dos cuerpos de ejército podré mantenerlos a raya. El resto puede volverse. Yo también pensé en eso.

-Se me ocurrió en mandar de vuelta a Lannes, Marmont y Murat mientras los demás terminan su recorrida hacia el Norte. Y luego de retirarnos, dejar a Soult como su segundo. Sé que es un poco reacio, pero el Sire me advirtió sobre su conducta.

-¿No confía en él, Mariscal?

-Verá, me parece un buen soldado, de los mejores en cuanto a la administración, y el Sire pensaba lo mismo. Pero dados los hechos políticos que deberé afrontar allá, Bonaparte me advirtió que él era uno de los que podían traerme problemas.

-Entiendo. Me atrevería a arriesgar que el otro es Bernardotte.

-Exacto. Pero que quede claro, son advertencias del emperador. En lo personal no tengo reproches para ninguno de los dos.

-A mí me pasa algo parecido, pero mi desconfianza es con Bernardotte. Esconde algo y no sé que es. Y es mutuo, ya que no congeniamos al menos que estemos en el frente de combate. Parece que no estamos hechos para la paz.

-¿Prefiere quedarse con Soult? Bernardotte se volvería con los demás.

-No tengo problemas con ninguno, mariscal. Pero si me da a elegir, además de ser un buen comandante en el campo de batalla, yo también creo que Soult es un administrador perfecto. Sería de gran ayuda.

-Delo por hecho. Y Ney, me gustaría que asumiese en forma práctica su nuevo cargo. Sería bueno tener un esquema de un plan de gobierno para llevar a cabo los objetivos.

-Señor, ¿Puedo saber cual es la herencia política? ¿Quién sucederá al Sire?

-Sí, puede. Y en cuanto se entere me gustaría saberlo a mí también. Verá: en su momento Napoleón dijo que le entregase el imperio a su hermano, pero no dijo qué hermano. En principio sería José, pero según sus escritos Napoleón estaba muy decepcionado con la tarea política del rey de Nápoles debido a los problemas que le ocasiona su adicción a la bebida. Además siempre lo vio como… más débil. Es un brillante abogado, perfecto para legislar y muy recto en la administración económica, pero como dice el Sire en sus escritos “le falta ese carácter militar de la escuela de Brienne”.

Lucien también está descartado aunque creo que se debe a algún tema privado entre ambos hermanos. Ni siquiera se lo considera para ese puesto, y es el único que convence, por su excelente actuación en la Asamblea.

Por último está Luis el actual rey de Holanda. No me disgusta pero lo veo muy joven. Ninguno de los tres está lo suficientemente capacitado para regir Francia con la lucidez de Napoleón. 
Jerónimo es muy chico aún, así que no hay más.

-¿Y usted? ¿No pensó en convertirse en emperador de Francia?

-Ney, le agradezco la idea, pero yo solo soy un militar. Esa función esta reconocida en la herencia ya que me pidió que me haga cargo de la defensa de la nación, y de la protección de su familia.

-Que lástima. Creo que sería usted un buen gobernante… Yo le apoyaría, y según lo escuchado Marmont, Lannes, Murat, Junot, y seguro que Lucas, además de la mayoría del ejército. Son una cantidad de votos importantes.

No me sorprendían las palabras de Ney, ya que los militares prefieren a sus compañeros de armas más que a los políticos. Pero me asustó un poco la posibilidad de mi cargo. ¿Y si no podía volver? Estar fuera de Francia ya era difícil, pero allá sería muy distinto. La situación social, lidiar con los políticos, dirigir la economía. Y la posibilidad de morir en un combate o en un pelotón de fusilamiento. Siempre tuvimos la idea de que esta guerra se terminaba aquí, pero después de la herida en la cabeza de Epson y el disparo en el brazo, las dudas se acentuaron. Definitivamente, debía arreglar el tema en Londres y desaparecer de esta historia.

-Por favor Ney, no comente esto con nadie. No tengo ganas de explicar un mal entendido. Y dejémoslo, no puedo ser emperador de Francia. Creo que será José Bonaparte.

-¿Por qué no puede ser Lucien? Usted mismo lo dijo, su actuación en la Asamblea Nacional le da crédito. De todos los hermanos acomodados por el Sire, es el único que lleva muy bien la conducta política. Si lo apoyamos en las tareas de administración…

-Sería el mas indicado, sí, pero no se cual sería la reacción política de sus hermanos y de la Asamblea.

-Una vez que declare usted la voluntad del Sire, agregando el nombre de Lucien, y con el apoyo del ejército, no tendremos problemas. Además estoy seguro que sabrá agradecerlo no interviniendo en cuestiones militares. Mas si quien lo apoya en su gobierno, maneja la principal fuerza que es el ejército. Es un hombre joven, letrado, avezado en política y le dejamos un imperio en paz. No puede pedir más.

-Puede que la cosa así funcione.

Las demás cartas eran para el emperador de su familia. Le escribió su esposa, la emperatriz Josefina, y el Virrey de Italia, pero nada importante. Abrí la última que era de Decres, el ministro de Marina.

"Sire:

Me he enterado de la negativa del Almirante Rosily a acompañarlo en esta campaña. También he recibido comunicación de Ganteaume quien me dice que ahora esta bajo mando del nuevo almirante Lucas.

No comprendo esta decisión luego de haber hablado del recorte presupuestario para la Marina. Además no parece muy lógico poner al mando a un almirante recién ascendido sobre uno de mayor experiencia.

No pretendo poner en duda sus capacidades para decisiones militares ni cuestionar su política, pero creo que debería saber de estas disposiciones antes que nadie en el arma para poder definir cada rango y tarea por los canales correspondientes, después de todo, siempre lo hemos hecho de esta manera justamente para evitar estas contradicciones que a usted tanto le molestan.

Aprovecho para saludarle y felicitarle por la campaña. Le esperamos ansiosos.

Duque Denis Decres
Ministro de Marina"


A esas contradicciones le tenía miedo yo. Eran errores que me demostraban que había ido muy lejos en la interpretación de mi personaje. No solo no entendía mucho de la organización militar, sino que tampoco me quedaba bien el traje de político. Ni siquiera sabía cuales eran los canales de comunicación básicos.

Le pasé la carta a Ney diciéndole si quería hacer unos minutos de Sire. Mientras la leía me dediqué un poco a los cuadernos heredados del emperador. Sus notas acerca de las imposiciones a Inglaterra daban a entender que había un exacerbado encono a “la pérfida Albión” pero sobre todo por su clase política. Tanto al rey como a su hijo el regente los convierte en los criminales que inducen y provocan a Francia a la guerra, pero con la cobardía de no comprometer a su pueblo, no como los austríacos, los prusianos o los rusos que se involucran de lleno, o no se meten.

Para los ingleses hacer una guerra era fácil ya que nunca se luchaba en su isla. Siempre era en el mar, con una marina altamente capacitada, experimentada y muy bien remunerada.

Pero Bonaparte sabía muy bien que esta era su perdición, ya que decía que “de nada servirán la poca experiencia y los magros servicios del ejército logrados ante los zulúes en Africa, o en la India. La Grande Armée solo tiene un problema, tan grande e impetuoso como las aguas del canal de La Mancha. Pero salvado este escollo, no tendrán más que 48 horas para rendir cuentas de sus inversiones bélicas en el continente.”

Definitivamente este tipo conocía a su enemigo.

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