Capítulo X

4 de Diciembre de 1805


El cuaderno de Junot
La batalla de Deal


Me alejé del grupo para vomitar en un claro detrás de un árbol. La masa de cadáveres estaba tirada a lo largo de unos 20 metros de tierra, en un montículo que dominaba toda la playa. Al parecer habían sido alcanzados de lleno por las bombas de los barcos y una alfombra de carne, hierro y madera estaba desparramada en la zona.

Cuando llegué solo se olía la pólvora que estaba amontonada junto a otros dos cañones más allá. La abandonaron en la
huída
 cuando nuestros hombres ya cargaban en la playa. Solo había restos de dos posiciones enemigas, lo que significa una pequeña guardia costera. Pero se habían ido, habían logrado huir con lo cual antes del amanecer estarán entre las filas del destacamento de Dover listos para volver sobre nosotros.


Friant se desenvolvía perfectamente. Daba órdenes precisas, con pocas palabras y todos se movían en forma que parecía desordenada, pero el campamento se armaba rápidamente. Y no solo las tiendas de campaña. Habían dispuesto una cadena de cañones frente al llano que estaba mas allá del pueblo, esperando un contraataque en cualquier momento. Cuando me acerqué a mi edecán de nuevo este comenzó a hablar sin darme tiempo a preguntar nada:

-General, estamos todos. Salvo un par de heridos leves no tenemos bajas. Nuestros cañones están listos para repeler cualquier contragolpe y la infantería se prepara para caminar en cuanto usted lo ordene. Yo tomaré la primera guardia. Ya dispuse una avanzada de exploradores montados por los caminos para ver que nos espera. Estarán de vuelta en un par de horas. Su tienda ya esta montada. El mariscal Bernardotte le espera ahí.

-Vale- dije yéndome hacia el lugar donde me señalaba, en la playa.

La cara de Friant me hizo notar que debía cuidar mis expresiones. Ya me lo había dicho Berthier “cuidado con las españoladas”.

Cuando llegué a la tienda me encontré con Bernardotte acompañado de un grupo de oficiales al mando y otros a quienes ya había visto, tanto entre sus divisiones como en las mías. El capitán de artilleros Ornano me informó de la disposición de los cañones con una serie de términos militares que no entendí. Yo seguía con mi cara de póker. El Mariscal me saludó muy serio

-¿Haciendo su ronda, General?

-Si, Friant tiene todo controlado, está a cargo de la primera guardia. Ha mandado un grupo de exploradores a los caminos…

-Perfecto. Drouet informe su ronda.

-No encontramos nada en el pueblo. La gente lo abandonó ni bien nos escucharon. La fragua de la herrería y el horno del panadero aun están calientes. Y en algunas casas todavía quedan rescoldos de fuego en chimeneas. Pero además de unos viejos encerrados a cal y canto no queda nadie. Uno de ellos nos informó que ayer llegaron unos soldados a caballo y hablaron con el jefe de la guardia. Luego cuando empezó el ataque, el capitán de las defensas ordenó levantar el campamento y desmontar las piezas de artillería. Cuando lo tuvieron listo se fueron. La gente se unió a los soldados. Pero no tomaron el camino a Dover, sino a Londres. Por lo demás, no se encontró nada de provecho. Ni caballos, ni nada. Arrasaron con todo.

Mientras charlábamos, Friant se presentó en la reunión.

-Vienen hacia aquí, pero el vigía no supo determinar cuantos. Suponemos que no son más de una división. Por el camino de Dover, al Sur...

No llegó a terminar el informe. Los cañones se escucharon de nuevo y salimos disparados de la tienda al tiempo que dos hombres la desmontaban. 

Subido a mi caballo llegué al lugar donde Bourcier daba voces a los soldados. Ornano pasó al galope sin detenerse. Directamente al frente de artillería donde se veían movimientos nerviosos pero coordinados, y fogonazos de nuestro armamento pesado.

Entre gritos y gestos Bourcier me contó que era la guardia de Dover, todos infantes con algunos cañones. La caballería ya estaba cargando contra ellos y la infantería estaba lista para hacerlo.

De pronto apareció un oficial que se presentó como el capitán Exelmans

-Mi General, el Mariscal Bernardotte dice que sus tropas avanzarán con el General Rivaud a la cabeza, por el flanco Izquierdo. Dice que haga usted lo mismo por el derecho antes de que ellos puedan montar su artillería.

Mire a Bourcier quien respondió de inmediato:

-Bien Exelmans, avise usted al capitán Castellane, avancen sobre el flanco derecho. Yo avisaré de la maniobra a Ornano.

Como si quisiesen pasar desapercibidos, mientras hablábamos, noté que unos 15 hombres a caballo me rodeaban. Uno de ellos portaba una bandera francesa que me pareció descomunal. Ahora me daba cuenta que la integridad física del comandante era importante en una batalla y entendí porque no me dejaban ni a sol ni a sombra. Friant volvió en seguida a mi lado y confirmó mi temor que automáticamente se convirtió en pánico:

-Listos para el ataque, mi General. En cuando suene la trompeta de Bernardotte nos abalanzamos sobre ellos. ¿Nos vamos?

La lluvia cesó de repente. Mientras grandes columnas de hombres a pie con los fusiles apuntando al frente formaban líneas que se movían rectamente, colocándose de cara al enemigo. Este hacía lo mismo, mientras los cañones franceses seguían disparando. A través de un catalejo que me pasó Friant pude ver a un oficial inglés vestido de blanco y rojo que iba y venía en su caballo detrás de las líneas de soldados, acompañado también por su guardia como los que tenía a mi alrededor, pero mucho menos numerosa que la mía.

Miré hacia mi izquierda y vi a Bernardotte hacer algo parecido a lo que el inglés. Friant hablaba con sus oficiales dando indicaciones, y señalando con la fusta del caballo hacia el enemigo. Decía cosas como cierren el flanco, esperen a la caballería, no se adelanten al fuego de nuestra artillería, que seguía machacando unos metros delante de nosotros.

A los 20 minutos de estar ahí esperando se escuchó la trompeta y los cañones dejaron de disparar. Entonces se oyó al unísono el disparo de miles de fusiles de la infantería que avanzaba al trote por el campo. Era como un ballet a oscuras que de pronto se iluminaba a cada ráfaga de disparos.

-Esperan su aliento, General.- dijo Friant. 

Escuché la voz de Bernardotte a lo lejos gritando “Por Francia” y automáticamente todos, infantes y jinetes, se lanzaban al combate en una carrera desesperada, pero sin perder sus posiciones. No estaba muy seguro de hacer lo mismo pero no tenía otra alternativa. Mis oficiales estaban pendientes de la orden de ataque y tanto Friant, unos metros adelantado a mi derecha, como Bourcier con su caballería a mi izquierda me miraban impacientes. Así que no pensé mucho más. Desenvainé mi sable, tomé aire armándome de valor, y al darle con los talones al caballo grité “A por ellos!!!!”

Pronto estaba envuelto en un griterío de soldados que daban alaridos de fuerza mientras corrían desesperados al combate. Vi como la caballería se lanzaba al frente y automáticamente se abría en un abanico como queriendo abrazar a los cuadros de soldados enemigos. Detrás de ellos la infantería corría con los fusiles apuntando al frente pero sin disparar. En una orden de Friant los soldados se abrieron deshaciendo las formaciones que llevaban y se metieron entre los caballos que en ese momento chocaban contra los ingleses.

Yo me había lanzado casi con los soldados de a pie, pero como iba al galope, pronto los había pasado y llegaba al frente detrás de la caballería. Sentí a mí alrededor los cascos de caballos de la guardia que me acompañaba hasta que nos encontramos el enemigo. Yo me preocupaba de salir ileso sin que se notara mi miedo, era más una posición de defensa para que no me tocaran que un ataque en si mismo. Pero los hombres que me rodeaban tenían un trabajo muy fácil montados sobres sus animales contra infantes que desde el suelo solo trataban de defenderse.

Los ingleses estaban formados en cinco filas, pero los caballeros que me precedían entablaron combate con las últimas líneas mientras que los infantes llegaban a las primeras sable en mano, con lo cual se anulaban los disparos de fusiles.

Pude asestarle un golpe en el brazo a un inglés que había quedado dentro del círculo que me protegía, mientras el oficial que estaba a mi izquierda le rajaba cara y cuello de otro sablazo. 

Todo se terminaba en un suspiro mientras mi excitación estaba en su punto más alto. Encontré a Bourcier gritando que parasen, con la espada extendida hacia el cielo, mientras sonaba de nuevo la trompeta del lado de Bernardotte. Al mismo tiempo veía como los últimos ingleses desaparecían en desbandada por los bosques que circundaban el campo de batalla.

Mientras los generales de mis divisiones se dedicaban a rearmar sus filas y los médicos a los heridos yo divisé otra bandera francesa tan grande como la mía y supe que era el Mariscal que se acercaba a mi posición. En cuanto me encontré con él me recibió con una amplia sonrisa.

-General!!! Hacia tiempo que no lo veía cargar a la par de su gente. Parece usted mas entusiasmado que en la campaña de Italia. Pero debe cuidarse, sus hombres lo necesitan para dirigirlos.

-Bueno, se hace lo que se puede.- Respondí desorientado pero excitado por la sensación de vértigo que aun tenía en el cuerpo.

Castillo de Deal
-No se haga el modesto, fue una victoria rápida y gloriosa "a la bayoneta", y sus hombres la hicieron más sencilla. Siempre es bueno contar con la caballería. Lástima que Murat no está con nosotros, le hubiera gustado quitarse el frío con una pequeña reyerta.

-Si, nada mejor que algo así para entrar en calor, aunque yo prefiero una buena cerveza.

-Ja, ja, ja… ya me había dicho Ney que usted estaba muy divertido últimamente. Bueno, lo dejo con sus generales y nos vemos en la tienda para brindar pero será con un buen cognac, ¿no pretenderá ese jugo de pasto seco? Solo quería ver que esté bien. Ya le digo, no estaba acostumbrado a verlo en el frente sable en mano. Cuídese.

Giró su caballo y se alejó siempre acompañado de su guardia.

Bourcier ya se había hecho cargo de la situación. Sus hombres rescataban heridos y los acomodaban para los enfermeros que trabajaban a destajo sobre el propio campo de batalla. Otros enganchaban algunos cañones para transportarlos. A lo lejos, vi a Friant que trabajaba con su división en el extremo derecho del campo, cerca del bosque. Me dirigí hacia él para ver como iba y qué estaban haciendo. En cuanto me vio se acercó para informarme:

-Huyeron hacia el interior del monte. No creo que sea bueno seguirlos, no conocemos el terreno. En cuanto terminemos de llevar a los heridos nos pondremos a trabajar para la marcha. Las guardias ya están en sus respectivos puestos.

-¿Muchas bajas?- Pregunté

-No señor. En total no creo que lleguemos a cien muertos franceses. Ya ordené las exequias. Por otra parte, al parecer, un batallón inglés quedó atrapado por los hombres de D’Hilliers y se rindió sin presentar oposición. Algunos huyeron, pero tenemos un grupo de unos mil doscientos detenidos. Están en uno de los corrales de caballería bajo custodia.

-Bien. Vamos a ver a Bernardotte.

Le hice señas a Bourcier que se puso al paso a nuestro lado. La excitación seguía en el cuerpo. Como si me hubiese quedado con ganas de participar en alguna batalla mucho más grande. A medida que me acercaba a la tienda central, trataba de calmarme. El Mariscal ya estaba desmontando de su caballo al frente de la tienda y me recibió con su eterna sonrisa en la cara:

-Si hasta me dijeron que tiene usted unos cuantos rehenes.

-Si, mas de mil. ¿Que hacemos con ellos?

-Creo que lo mejor será transportarlos al barco, en tierra francesa serán mas útiles como prisioneros.- Intervino un oficial de marina que servía de enlace con la flota que quedaba en la costa.

-Antes de eso sería bueno interrogarlos para ver que les sacamos- dijo Bernardotte ya dentro de la tienda. -De cualquier manera las cartas ya están echadas. Ellos ya saben que estamos aquí, nosotros sabemos que ellos lo saben..., en fin. Sugiero que demos parte al emperador y que nos pongamos en marcha para adelantar tiempo.

-Para marchar deberíamos esperar a que amanezca- La voz era del mariscal Murat que entraba en ese momento. -Parece que llegué tarde, pero igual podrían haber esperado un poco más…

-Los que no esperaron fueron ellos- las risas de todos acompañaron a mi comentario.

Nos sentamos y escuchamos las noticias que traía Murat.

-Dover quedó totalmente vacía y no hay novedades de otras guarniciones portuarias. El desembarco de Brighton no tuvo mayores problemas. Casi no encontramos resistencia y la poca que encontramos fue volada literalmente por los cañones de flota. Las tropas están preparando todo para descansar antes de ponerse en movimiento al amanecer. De Brest no hay noticias, no sabemos nada de los movimientos navales, pero aun es pronto para eso.

-Sugiero, mariscal- dijo Rivaud a Bernardotte –que hagamos lo mismo y descansemos cuanto podamos. Mañana seguramente nos tocará afrontar algún entuerto mas entretenido que lo de hoy.

Bernardotte había traído su reserva de cognac. Según había contado, lo producía en unos terrenos a las afueras de París. Mientras los hombres descansaban unas horas antes de emprender la marcha nosotros repasamos nuestros siguientes pasos y con la bebida, aplacada la excitación de la batalla, nos fuimos dormitando así como estábamos: húmedos de llovizna, cansados de trajetreo, y la sensación de que lo peor ya había pasado. Estábamos en Inglaterra.

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