Capítulo IX

4 de Diciembre de 1805


IX
El Cuaderno de Berthier
Brighton


El vaivén del Formidable en cada disparo llevaba una fuerza increíble. Si no fuera por que el puente de mando estaba tan atestado de gente y animales, seguramente hubiera caído rodando cubiertas abajo. A pesar de los tapones, el ruido era infernal. Agarrados de las barandillas del castillo de proa, Ney, Lannes, Napoleón y yo veíamos como los barcos escupían fuego en forma casi constante, aunque las respuestas eran prácticamente nulas. El capitán Magón nos decía que al parecer, los cañones ingleses eran más poderosos de lo normal.

-Seguramente son los de 24 libras, tienen mas alcance porque están montados en torres, pero son muy pocos. Deberíamos estar sosteniendo una batalla de horas si realmente quisieran detenernos, pero es como si se hubieran ido todos, o están esperando que nos acerquemos más.

-Si son tan buenos ¿Por qué no nos alcanzan?- Preguntó Lannes -¿Acaso estamos tan lejos?

-Algo así. En realidad no nos podemos alcanzar de ambas partes. Solo nos estamos mostrando. Mientras sus cañones nos apunten no verán el desembarco del Bucentaure y el Indoptable que están mas al Sur. Allí, en cuanto los hombres de Murat y Marmont toquen tierra, la cosa será distinta. Pero no podemos fiarnos.

-¿Teme algo, capitán? Lo noto preocupado- La pregunta fue del emperador.

-Si yo quisiese defender la costa, la línea de artillería debería estar más extendida, tanto hacia el Norte como al Sur. Estos tienen buenas piezas, pero la línea de defensa es corta, se concentra desde la entrada del puerto hacia el Norte. Dejar un flanco descubierto es un punto débil demasiado vulnerable. O es una trampa o están cubriendo la retirada del resto. En cualquier caso nos enteraremos si vemos los cañones del Bucentaure.

Sin embargo, el marino que hablaba de los barcos que estaban al Sur, miraba con sus lentes hacia el Norte, que estaba a nuestra izquierda. Allí se veían varios navíos disparando sobre la costa, pero uno, el más importante de ese flanco, se acercaba mucho más que el resto. Cuando me giré para preguntar al capitán que significaba esa maniobra, de pronto se oyó un estallido que iluminó toda la playa, y vimos saltar entre llamas a las defensas inglesas.

-Es el Neptune, ya decía yo que se había acercado más de convenido. Lo hizo bien, pero recibió un impacto, tendremos que rescatarlo.

El general que estaba detrás de mí me pasó el catalejos y pude ver en la oscuridad como se agitaban las aguas al lado del impresionante buque. Con mucha velocidad, los marineros se descolgaban con sogas desde la barandilla hasta un boquete justo debajo de la línea de cañones de la tercera bodega. No parecía un agujero grande, pero no se distinguía hasta donde iba ya que el Neptune seguía maniobrando y en ese momento cambiaba de rumbo escondiendo su herida en la oscuridad.

El capitán gritó algo hacia atrás y un oficial encendió varias lámparas que iluminaron las banderas de colores que se izaban en una cuerda. A su lado otro marinero tomaba notas. Al poco tiempo vimos como el Achille, que antes empezaba a desembarcar botes cargados de soldados, recogía sus cabos y se dirigía a ayudar al Neptune.

El fuego de la costa había cesado, pero los nuestros seguían disparando mientras el agua se llenaba de pequeñas luces como luciérnagas. Eran los regimientos que estaban desembarcando. En poco tiempo parecía que las estrellas habían bajado al mar, porque se veía más iluminado abajo que arriba. Seguimos mirando desde donde estábamos. El Formidable llevaba los hombres y animales del final, así que aun no había movimiento de tropas en el barco.

Expuesto en el centro, el Vicealmirante Lucas pensó que los ingleses jamás imaginarían que el buque insignia, donde viajaba el emperador, estaría en la primera línea de fuego. Para acentuar el engaño Dubourdieu dejó unas fragatas detrás con pertrechos menores y cargas de animales por si llegaba la Royal Navy, y de frente se vería como que esas nos transportaban a nosotros.

De pronto, la playa se iluminó con otro incendio pero en medio del foco de luz, se podía ver una bandera roja y blanca. Era la señal de que la cabeza de playa había sido tomada por Murat y Marmont. La caballería había hecho su trabajo y parecía que todo estaba listo. Lo peor ya había pasado. El capitán Magón miró al emperador

-Sire, nuestro trabajo ya está casi terminado, y sus hombres lo han hecho perfectamente. Ahora ya pueden desembarcar en la Gran Bretaña. Nos veremos en tierra.

-Gracias, Magón. Tendré en cuenta su trabajo cuando hable con Decres, y el de Dubourdieu, y el resto de los muchachos de Lucas. Confieso que después de seis meses de contratiempos había perdido la fe en nuestra marina, pero ustedes me la han devuelto.

Luego de cambiar flores y estrechar manos, nos preparamos para desembarcar nosotros también.

A medida que avanzábamos con los botes hacia la costa, más nos envolvía la bruma. No solo no se veía nada, sino que tampoco se escuchaba mucho, tan solo el chapotear del agua, batida por el viento leve que se había levantado y por los remos de los marinos.

Cuarenta y cinco minutos más tarde de la despedida del capitán, estábamos llegando a tierra inglesa. No había luna, pero se divisaba desde la playa casi todo el campamento. El agua estaba congelada y el
frío
 era atroz a pesar de las botas. Fue lo primero que nos cambiamos junto con los pantalones ni bien estuvimos en tierra firme. El fuego había sido apagado hasta que los húsares se asegurasen de que no había enemigos en la zona.

Para cuando llegamos, la división de Murat ya estaba lista para emprender el viaje a Deal, solo esperaban a los regimientos de reserva que estaban desembarcando y marcharían con el jefe de la caballería para anular las posiciones de Dover. Si es que las encontraba. La sensación general era que la cosa había sido muy fácil. Solo un par de horas de batalla y se había terminado.

Por lo demás, todo parecía tranquilo. Los primeros soldados que habían desembarcado montaban guardias para no tener sorpresas. Otros habían montado tiendas de campaña para descansar lo más posible hasta que todo el contingente se movilizase. Algunos cavaban pozos en la tierra de unos 25 centímetros de diámetro pero mas profundos para hacer hogueras donde calentarse sin que fuesen vistos a la distancia. Sobre esos pozos colocaban unos hierros para apoyar jarras con café o te. La mayoría secaba pantalones, calcetines y botas acercándolos a las hogueras. No tendrían ese privilegio los que desembarcaran al final.

Napoleón recibió a los demás jefes en su tienda de campaña ni bien se terminó de armar.

-Cuéntenos Murat, ¿Cómo fue su tarea? ¿Dónde presentan batalla?

-Según el capitán Dubourdieu debíamos encontrar unas torres con artillería montada a lo largo de la costa. Así que el General Marmont envió hombres de la tercera de infantería que llegaron sigilosamente antes que nosotros. Pero no encontraron a nadie. Estaban las torres, si, pero desiertas. No había hombres, ni armamento alguno. Así que nos dedicamos al desembarco de la caballería y dejamos al general desembarcando la artillería mientras revisábamos adelante. Encontramos restos en todo el campamento abandonado. Simplemente estuvieron ahí, pero se fueron. No huyeron, parecía todo bien recogido. En cuanto Milhaud terminó de revisar la zona y confirmar que no era una emboscada, nos lanzamos sobre los cañones enemigos. Aprovechamos el ataque de uno de los navíos que dio de lleno en el pañol de pólvora de la guarnición inglesa. No duraron mucho, pero la mayoría se había retirado. Por lo que pudimos observar, estaban cubriendo una retirada.

-Es extraño- dijo el Sire -¿De que sirve poner una línea de defensa y luego no defender nada? No me gusta...

Ney y yo nos fuimos cada uno por nuestro lado a inspeccionar las correspondientes tropas. Me acompañaba un tal Sebastiani, General de Brigada de reserva. Era un tipo joven, de baja estatura, que estaba a mi servicio en el Ejército de la Guardia Imperial, soldados con amplia experiencia, no muy jóvenes, provenientes de anteriores campañas en toda Europa. Además estaba grueso de soldados de la última leva, los mas jóvenes que emprendían su primera campaña rumbo a su bautismo de fuego.

Según me informó Sebastiani, los hombres bajo mi mando eran unos 5.500 contando artillería y caballería. Aún no habían bajado todos a tierra ya que la Guardia era la que bajaba con el emperador, pero el grueso de la artillería y las brigadas de infantería ya estaban montando una tienda de oficiales. Inclusive la brigada de Granaderos Italianos de la Guardia. Nos dirigimos hacia esa tienda.

Ahí conocí a los oficiales de mi división: el General de Brigada Sebastiani; el General de Brigada Segur, un coronel de infantería, Mouton, un coronel de Artillería, Andreossy y un capitán de Caballería, Lagrange. Los oficiales menores estaban cada uno con sus regimientos y brigadas. 

En la tienda había una pequeña mesa y varios taburetes. La mesa estaba ocupada por un escribiente que la había cubierto de mapas y notas. Sebastiani era el de mayor graduación, y el que llevaba la voz cantante:

-Suponemos que en unos 30 minutos estará toda la división de reserva en tierra. Aquí tenemos marcado el punto desde donde nuestra columna avanzará hacia Londres- Señaló una ruta en el mapa –Las divisiones de Soult y Lannes ya partieron. Nosotros seguiremos a las de Ney y Marmont. ¿Alguna pregunta señores?

-Si, monsieur Sebastiani- habló Lagrange -Me resulta increíble no tener resistencia en el desembarco. Puede ser que Brighton no tuviese guarnición, pero Portsmouth es un puerto importante y ya estarán enterados de nuestra presencia. A esta hora estaríamos en pleno combate. ¿Se podría sugerir, Mariscal, una incursión de nuestra división al puerto para prever sorpresas?

Todos, incluyendo a Sebastiani, me miraron a mí. Parecía que el capitán merecía alguna respuesta más elaborada o alguna reprimenda por exponer un plan alternativo al del emperador. Elegí pensar en la primera opción.

-Celebro que el Capitán este ansioso por entrar en combate. Imagino que los nuevos granaderos también lo estarán. Pero deben tener en cuenta que este ejército es de reserva, o sea que además de la guardia imperial, esta leva de soldados aún no tiene experiencia para encarar ninguna operación por si sola. Se contentarán por el momento de servir de apoyo a las divisiones que marchan al frente. Además lo del puerto de Portsmouth ya esta previsto y de eso se encarga la marina.

-Si no hay algo mas será mejor que nos retiremos cada uno a nuestros puestos.- concluyó Sebastiani -En cuanto recibamos órdenes tendremos que ponernos en marcha.

Me saludaron con la venia militar y salieron uno a uno. Sebastiani era el último y aproveché para retenerlo. Despedí al ayudante (un Sargento que hacía un café estupendo) y me quedé charlando con el general.

-¿Conoce a los oficiales, Sebastiani?

-A la mayoría, Mariscal. Lagrange siempre fue un poco insolente, pero es de los que nadie le regaló nada. Entró en el ejército por cuenta propia, sin padrinos ni nadie que lo avale y se ganó sus galones combatiendo en Italia y marchando en Alemania. A la hora del combate se agradece tenerlo al lado de uno…

-No me parece insolente, solo un poco impaciente por seguir creciendo dentro del ejército. Eso es bueno siempre y cuando lo contenga. Sin control puede cometer errores que pagaríamos todos. Hábleme del resto.

-Al único que no conocí en campañas anteriores es al coronel Gérard, creo que viene de España. Estuvo al servicio de Junot en Portugal junto con Mouton. Mouton y Andreossy sirvieron en la guarnición de Toulouse y en Italia, donde nos conocimos. Bravos muchachos.

-Que opina de lo que expuso Lagrange?

-Creo que en parte tenía razón en preocuparse. Yo tampoco me fío de tanta calma, casi parece que estuviésemos en Francia y no en Inglaterra.

-Será mejor que descanse, no quiero que nos sorprenda una orden de improviso. Mañana tendremos que estar con los sentidos bien despiertos.

-Así será señor. ¿Puedo retirarme?

-Si, vaya tranquilo.

Horace Sebastiani
de la Porta
No tenía sueño así que me puse a pasear entre la tropa hasta que me encontré con la tienda del emperador. La historieta de Portsmouth me daba vueltas en la cabeza como una mosca molesta. La Royal Navy estaba bloqueando al almirante Ganteaume en la costa de Brest y necesitaba de esos puertos para abastecerse y comunicarse con sus pares en tierra. Era de suponer que tarde o temprano se enterarían de que el puerto no respondía a sus reclamos y entonces toda la armada inglesa estaría alertada de nuestra presencia. Si es que no se había enterado ya.

Estaba tan compenetrado con mi trabajo no porque me gustase en si, sino más bien por la cantidad de adrenalina que se iba juntando a cada paso. Eran dos trabajos en si mismo porque el principal era la alerta constante dada mi condición de “infiltrado” en la historia, una historia que no conocía por lo que no podía prever. Y meterme en ese papel era la mejor manera de mitigar la incertidumbre producida por mi condición.

A esta altura de los acontecimientos, ya estaría enfermo, porque en mi vida estuve tan mal dormido, alimentado ni enfrentado a la intemperie como en ese momento. A medida que asumía el rol de mariscal del ejército francés, más seguro me sentía con el medio y las condiciones que me rodeaban. Salvo por el frío y la lluvia, no tenía problemas. Por ahora. De cualquier manera sabía que tenía que cuidar a mis hombres, especialmente a los oficiales porque de su actuación dependería mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario